miércoles, 22 de mayo de 2013

La sentencia como acto de amor



Resumen
La sentencia puede ser un acto de amor. Debe, no obstante, contener la noción de
alteridad y estructurarse con base en la narración. Justicia sin amor es poco humana
y solamente instrumental, una vez que se distancia de la solidaridad y se funda en el
egoísmo. La poesía puede contribuir para que se entienda el lado humano de la Justicia.

Introito
La sentencia puede ser un acto de amor, pero antes que todo debe también acoger la noción de alteridad y estructurarse en base a la narración. La vida de un hombre sin amor es la subsistencia de un alma sin historia, la versificación de un poema sin metáforas,la argumentación de un proceso sin personajes. La justicia sin amor tiene poco de humana y es fríamente instrumental, porque rechaza la solidaridad y se afianza en el mero egoísmo. Aquí un conjunto de poemas desde la justicia, que devotamente se entregan al estilo de un aplicado cronopio.

La Justicia de la alteridad

Muchos consideraban a Jean-Baptiste Grenouille como un monstruo, porque carecía de todo tipo de aroma y no albergaba en su corazón ninguna clase de sentimiento, por lo que su único objetivo en la vida consistirá en fabricarse un perfume que lo dote de aquél atributo humano del cual estaba desprovisto. Esta es la trama de la novela El Perfume, del escritor Patrick Süskind (1993, p. 223), que nos permite indagar sobre aquello que nos convierte en seres humanos y nos hace reconocibles entre nuestros semejantes. ¿Acaso la metáfora de un hombre sin aroma puede revelarnos la necesidad de una justicia de la diferencia? Lo cierto es que la pretensión de Grenouille esconde la exigencia de mayor humanidad en un mundo completamente deshumanizado, la urgencia de amor en un sistema plagado de injusticias, y la reconfiguración de las sentencias a partir del reconocimiento de la vida. Para Ricoeur (1997, p. 14) la virtud de la justicia se establece a partir de una distancia con el otro, tan originaria como la relación de proximidad ofrecida en su rostro y en su voz, acaso también en su aroma; por lo que el lugar filosófico de lo justo se encuentra en el deseo de una vida lograda con y para los otros en medio de instituciones justas. De esta forma, según este filósofo, es necesario entablar una dimensión dialógica entre el sí mismo y el otro a través de la institución encarnada en el personaje del juez, y cuyo propósito no es instaurar lo bueno ni lo legal, sino lo equitativo en situaciones de conflicto (Ricoeur, 1997, p. 26). Así la justicia viene ligada al deseo integral de vivir bien con respeto a los derechos de los demás y considerando al otro como un ser humano igual a uno mismo y susceptible de ser juzgado por la justicia no con los ojos vendados, sino plenamente conciente de que se trata de una persona que merece ser tratada con dignidad y respeto a sus derechos. El ingreso a la alteridad permite reconstruir el tejido roto de la justicia con la sociedad, de las instituciones con el hombre común, de los sentimientos del juez en relación con las partes, para develar el trasfondo profundamente autoritario a que responde la justicia sin rostro de los tribunales contemporáneos. En estas circunstancias no es entonces casual encontrar criminales sin olor, víctimas sin voz, litigantes sin alma, todos ellos exigiendo unánimemente un poco de sensibilidad y quizás algo de comprensión a sus dramas personales. La metáfora de un hombre sin olor es en gran medida menos dramática a la de un juez sin corazón.

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