domingo, 16 de junio de 2013

La neolengua en la prensa actual


4. La guerra es la paz

La consigna del partido en el 1984 de Orwell es la guerra es la paz: un lema acorde con el Ministerio de la Paz, que sustituye al Ministerio de la Guerra o el Ministerio de la Verdad, donde el protagonista del libro se encarga de escribir la historia:
Oceanía estaba en guerra con Asia Oriental; Oceanía había estado siempre en guerra con Asia Oriental. Una gran parte de la literatura política de aquellos cinco años quedaba anticuada, absolutamente inservible. Documentos e informes de todas clases, periódicos, libros, folletos de propaganda, películas, bandas sonaras, fotografías... todo ellos tenía que ser rectificado a la velocidad del rayo (Orwell, 1995: 182).
Los paralelismos de lo descrito en el libro con la época actual son más que evidentes. Basta comprobar cómo el Islam dejó de ser un aliado de Estados Unidos en su batalla contra el comunismo para convertirse en el "enemigo" número uno de la sociedad occidental. Cosas similares podemos decir de China, la antigua Unión Soviética o diversos países de Centroamérica.
Evidentemente aquí se trata de una cuestión de política internacional, pero no podemos abstraernos de las asombrosas similitudes que hay entre el 1984 de Orwell y los primeros años del siglo XXI, donde la guerra contra el terrorismo sirve como excusa para limitar las libertades de la población en aras de la seguridad global, al igual que en la novela de Orwell, donde la permanente guerra –aunque con enemigos alternos– justifica el totalitarismo del Gran Hermano. La similitud es tal que se descubre además que el lenguaje es utilizado tanto en el Ingsoc como en la sociedad actual para hacer creer a la ciudadanía que la guerra asegurará la libertad, la seguridad y la democracia. Que estas afirmaciones las haga un gobierno o un partido político es comprensible, pero no que se realicen por los medios, siempre y cuando éstos fueran objetivos y neutrales. El problema lo encontramos tan pronto como descubrimos el seguidismo que se hace de la doctrina oficial y su lenguaje. Y es que la terminología que utilizan los gobiernos para definir determinados hechos o ideas se traslada miméticamente a los medios de comunicación, que con escaso pudor optan por repetir esos términos. Conocemos además, que el léxico utilizado para informar sobre un hecho tiene un valor esencial (Van Dijk 1995: 25). Tampoco hacen faltan muchos estudios para comprender que una idea, un acto o una persona puede ser calificada de muchas formas, atendiendo a los numerosos sinónimos de los que dispone cualquier lengua y, en nuestro caso, el idioma español.
Pero más allá de que todos los ministerios o departamentos se llamen de defensa –en lugar de guerra– existen palabras que no son ajenas a los lectores de cualquier periódico y que al final puede conseguir incluso que una sociedad determinada termine apoyando una guerra.
Con esos argumentos se recoge el papel de los medios de comunicación en conflictos como el de El Salvador y Nicaragua y otros países de Centroamérica, donde Noam Chomsky hace un estudio exhaustivo del tratamiento mediático realizado acorde con los intereses políticos del Gobierno estadounidense. Mirando un poco más atrás en el tiempo los EE.UU. calificaban de “aldeas estratégicas” los campos de concentración que creaban en Vietnam del Sur (Chomsky, 2005: 278).
Lo cierto es que ejemplos hay tantos como guerras o "conflictos armados" hay en el mundo. El interés de un país o una
determinada administración política va a marcar la línea de los medios de comunicación que se podrán sumar en masa a la defensa del Reino Unido en la guerra de las Malvinas o cubrir la guerra en Yugoslavia de una forma absolutamente errónea y parcial (Pizarroso, 2004: 31, 37-38). Y como es de esperar, la realidad termina por disiparse en acontecimientos difusos que se escriben una y otra vez según el interés que hay detrás:
Hay una guerra de Irak contada por los medios de comunicación occidentales y otra por los medios árabes. Hay una guerra de Irak interpretada por el Gobierno de Estados Unidos y otra por la mayoría de los Gobiernos de Europa. Existen diferentes guerras según la cuenten chiíes, suníes, kurdos, habitantes del norte, del centro o del sur de Irak, incluso del norte, del centro o del sur de Bagdad. En España hay una versión de la guerra de Irak, de su origen y sus efectos construida por la izquierda y otra por la derecha. (Caño, 2005)
5. Dos minutos de odio
Los minutos de odio de la novela de Orwell tienen como claro fin conseguir que la población se identifique con la doctrina del Partido y comparta el odio hacia el enemigo que, como podemos observar en el libro, cambia según discurre la guerra, con lo que la población tiene que cambiar el destinatario de su odio, pese a que en los ciudadanos no hay conciencia real de ese cambio (Orwell, 1995: 180-182). Los programas de los Dos Minutos de Odio variaban cada día, pero en ninguno de ellos dejaba de ser Goldstein el
protagonista. Era el traidor por excelencia, el que antes y más que nadie había manchado la pureza del Partido. [...] Él era un objeto de odio más constante que Eurasia o que Asia Oriental, ya que cuando Oceanía estaba en guerra con alguna de estas potencias, solía hallarse en paz con la otra. [...] A los treinta segundos no hacía falta fingir. Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecían recorrer a todos los presentes. (Orwell, 1995: 19-
21) Estos minutos provocan un odio que se materializa en actitudes racistas o xenófobas, excluyentes, discriminatorias contra personas de distinto sexo, religión, raza o nacionalidad. Así podemos recordar a los judíos de la Alemania nazi, la conspiración judeomasónica de la dictadura franquista, los troskistas de la Unión Soviética o los comunistas de la guerra fría son ahora los musulmanes del Occidente civilizado y democrático. En la actualidad, la utilización del fundamentalismo islámico se ha extendido tras los atentados del 11 de septiembre de forma generalizada y, en la mayor parte de las ocasiones, se ha cometido el error de englobar toda una religión, país, comunidad y corriente de pensamiento en el mismo término o en otros semejantes (Renold, 2003: 93-108).
Lo trágico es que el odio no necesita una guerra para manifestarse. De hecho, en las sociedades actuales, el racismo se ha consolidado como una lacra que debe ser atajada, pero que, sin embargo, se extiende a los medios de comunicación con una pasmosa presencia sin que nadie se percate de los mensajes nocivos y bordeando el delito que muchos hacen. Es evidente que el origen geográfico no origina el delito (Pablos, 1997: 86-88) por mucho que algunos medios se empeñen en considerar lo contrario y en recoger en titulares los delitos cometidos por extranjeros, y destacar en éstos la nacionalidad de los delincuentes, lo que no suele ocurrir cuando los presuntos autores del delito son nacionales o del mismo municipio o provincia que el diario en cuestión.
Y los otros pueden ser tus mismos ciudadanos, ni siquiera es necesario que vengan de fuera, basta con que no sigan la doctrina del partido. Por eso, en el 1984 de Orwell a los disidentes y los que no apoyan el estado se les castiga y se les difama públicamente.
Esta difamación pública podría ser el objetivo de “la fórmula del Valle del Mohawk” donde los otros, en este caso sindicalistas que se oponen al “estado de bienestar” en una comarca, terminan siendo víctimas de la propaganda corporativista.
(Chomsky 2005: 313-314). La idea de esta fórmula era básicamente movilizar a la comunidad contra los huelguistas y los activistas sindicales, presentando una imagen negativa que a día de hoy es habitual. Prácticamente es imposible encender la televisión sin verla. Desde que se experimentó en los años 30, esa imagen ha corrido a raudales. Y hasta el día de hoy, que las empresas y las grandes corporaciones marcan el desarrollo de la sociedad en dura o estrecha pugna con los estados.
Parece lógico considerar que con el fin de la guerra fría, sus enfrentamientos entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, se puso fin al mismo tiempo, a una no menos importante batalla entre el capitalismo y el socialismo. De esta forma, y tal y como auguró el pensador y político estadounidense Francis Fukuyuma en su obra El fin de la historia, ya no habría más ideologías. El capitalismo, en ese momento, según explican y argumentan muchos historiadores y sociólogos, pasó a llamarse globalización, adoptando así un término mucho más neutro y que no contenía la carga negativa que, para muchos, tenía el capitalismo. Y así se confirma la tendencia de las grandes y medianas corporaciones de suavizar su imagen,
recurriendo a la neolengua, para evitar ser acusadas de primar en exceso los intereses económicos por encima de los
intereses de sus trabajadores, empleados o asalariados.
La prueba del nuevo lenguaje usado por las empresas resulta más que evidente, con los recursos humanos a la cabeza, que sustituyen a los antiguos departamentos de personal o, de forma más habitual, los expedientes de regulación de empleo, que es tan sólo un mero eufemismo de la palabra despidos, que, como es obvio, no cuenta con la misma aceptación por parte de la opinión pública.
Es nuevamente Noam Chomsky el que hace un análisis bastante amplio de la propaganda corporativista, definiéndola como una "industria inmensa" que, entre otros, controla los medios de comunicación con el único fin de "controlar la mentalidad pública", es decir, "la mayor de las amenazas a las corporaciones desde el comienzo del siglo XX". (Chomsky 2005: 310).
Esto tiene una consecuencia más que evidente: los medios de comunicación, como grandes corporaciones y, a su vez,
defensoras de otras grandes corporaciones, lanzan mensajes de adhesión a los nuevos partidos y proclaman sin cesar las bondades de las empresas, países y sectores sociales. Mientras tanto, los otros, los destinatarios de los minutos de odio, son reflejados como los enemigos del estado del bienestar. Afortunadamente para una gran parte del mundo occidental los sótanos del Ministerio del Amor y la policía del pensamiento no existen, o eso dicen los medios de comunicación del Gran Hermano.
6. Conclusión
No es difícil llegar a la conclusión de que el lenguaje puede modelar el pensamiento humano. De hecho, ya partimos con esa premisa: el lenguaje se aprende de una forma natural y, con él, puesto que las palabras no son hechos abstractos y llevan aparejados unos contenidos, se van asimilando ideas o conceptos, hasta que todo el conjunto crea un pensamiento que es personal. Los debates en la lingüística están a la orden del día y aún existen discusiones acerca de si el pensamiento humano determina el lenguaje o si, por el contrario, el lenguaje es el que engloba y determina lo que el ser humano piensa.
El problema está quizás en palabras que no tienen una representación visual, como pudiera ser el caso de libertad,
democracia, justicia, o las referidas, como dijimos antes, a sentimientos o sensaciones. Sin embargo, hoy no se contempla, por ejemplo, la posibilidad de que exista una democracia que no tenga un parlamento o un congreso y, desde luego, podemos observar cómo se intenta expandir por Oriente medio un concepto de democracia occidental que choca con la población de esos países. Lo mismo podríamos aplicar a una multitud de términos que tienen una consideración distinta en cada país o incluso región y cuyo significado está determinado por los que están posesión de las palabras. Donde tampoco tiene que haber duda alguna es al comprobar cómo las personas terminan confluyendo sus pensamientos individuales. Es algo extraño pensar que el individuo, como ser único, elabora su propio pensamiento de forma aislada y posteriormente confluye con otros. Resultaría de esta manera muy extraordinario comprobar que palabras, esencialmente aquellas que no tienen un significado fijo o concreto –referidas especialmente a contenidos o conceptos abstractos e inmateriales–, tengan la misma representación conceptual en sujetos que no se conocen y cuyas vidas apenas tienen nada
que ver. Y la respuesta viene de la mano de van Dijk, con su mirada incisiva sobre las estrategias de manipulación, legitimación, creación de consenso y el resto de mecanismos discursivos que influyen en el pensamiento, lo que conlleva la adopción de una postura crítica y de oposición contra los que ocupan el poder y las elites, particularmente contra aquellos que abusan de su situación, como es el caso del protagonista de 1984, que se rebela contra ese poder y que, curiosamente, trabaja como encargado de adecuar las noticias ya existentes a las nuevas realidades como parte de su empleo de propagandista del sistema, en una especie de gabinete de prensa que cumple su función eficientemente. Las dudas están disipadas desde hace tiempo, puesto que, a pesar de que hay excepciones en las que el lenguaje surge de la calle y se extiende de forma incontrolada e imprevista, la mayoría de las palabras –especialmente las que pueden ser peligrosas para el Gran Hermano de Orwell– suelen tener unos significados concretos y bien definidos.
La utilización de tipos concretos de lenguaje con propósitos políticos forma parte de una larga tradición histórica en el
desarrollo humano y, para comprender cualquier sistema político, debemos comprender el significado creado por ese
sistema. En lugar de aceptar a ciegas el sentido, uso y verdad de los líderes políticos y las noticias, tenemos la obligación, como ciudadanos de un Estado democrático, de cuestionar, discutir y comprender el lenguaje que nos proporcionan quienesafirmar representar nuestros intereses. (Collins y Glober, 2003: 13)
La propuesta y la interpelación al individuo para que éste sea consciente del lenguaje que está asimilando no debe ser
pasada por alto. De lo que se trata es de ejercer una asimilación de la información de forma activa, es decir, que el sujeto sea consciente de lo que lee, escucha o ve por la televisión. La credibilidad que se otorga a los medios de comunicación como verdaderos y fieles transmisores de la realidad debe ser desterrada de forma inmediata. Tampoco se trata de afirmar que los medios mienten, pero sí de comprender que el lenguaje que se utiliza, con sus expresiones y términos, lleva aparejado unos conceptos que están estudiados para modelar y dirigir la sociedad en una dirección determinada.
Resulta tentador entrar, en este punto, a destacar algunos aspectos que se encuadrarían en el plano de la política o
sociología, pero no sería necesario, ya que el propósito no es desmitificar o criticar determinados sistemas políticos, sino comprobar que los medios de comunicación repiten una y otra vez un lenguaje que sí tiene un fin político. Aún así, sería necesario apuntar que no hay sistema político que no pretenda modelar las palabras y darles un concepto determinado –es prácticamente imposible–. Quizás, la única opción que le queda al individuo es aprender por sí mismo y comparar el lenguaje utilizado, con sus respectivos términos y expresiones, en distintos conceptos y épocas.

Y en este aspecto los medios de comunicación son los que deberían buscar esa objetividad y ser consecuentes con una terminología concreta, y no utilizarla tal y como hace un país o sujeto determinado. Los resultados serían estremecedores, ya que observaríamos cómo, por poner un ejemplo muy recurrente, los terroristas serían, según los diccionarios, los sujetos que cometen actos destinados a infundir terror. Sin embargo, tal y como son descritos por los medios, en algunos lugares y dependiendo del interés político, algunos sí son terroristas mientras que otros sujetos, con actos similares, no sólo no son calificados de tal forma, sino que pueden ser considerados como ejemplos para la ciudadanía. La solución a esta disfunción del lenguaje parece compleja, puesto que el idioma es algo vivo, que evoluciona cada día y que se enriquece o se empobrece –según las opiniones– con las diversas aportaciones que vienen de otros idiomas, de otros países o de distintos estratos sociales. Lo que no parece tan complejo es exigir a los medios que no caigan en el error de repetir el lenguaje que nos indica la fuente y, especialmente, cuando la fuente tiene la osadía de afirmar que está en posesión de la verdad. Posiblemente la única solución pasa por informar, dar los hechos, describir los acontecimientos y que sea el receptor de la información el que decida valorarla y aplicar los calificativos o términos que desee. Puede que sea posible, pero no parece sencillo.

martes, 4 de junio de 2013

La civilización transformada en barbarie

GOYTISOLO Y GOLDING: LA CIVILIZACIÓN TRANSFORMADA EN LA BARBARIE
ELIZABETH S. ROGERS
        Es interesante notar que dos escritores de distintas  culturas nacionales dentro del espacio de un año han examinado en forma novelística semejantes problemas humanos con historias bastante paralelas. Señor de las moscas(1954) del inglés William Golding, es, entre otras cosas, la respuesta posguerra mundial al clásico cuento infantil de R. M. Ballantyne La isla de coral, mientras que Dueloen el Paraíso (1955) es el posible resultado de las experiencias juveniles de Juan Goytisolo durante la guerra civilespañola.1
         El argumento básico de las dos obras es el siguiente. Como resultado de una guerra, un grupo de jóvenes se encuentra físicamente separado del resto del mundo. Gozan de su nueva libertad fuera del control de los adultos y establecen su propio tipo de reglas sociales. En Señor de las moscas escogen una democracia pero muy rápidamente se desintegra en una dictadura. En Duelo en el Paraíso se ve una dictadura desde el principio. Curiosamente el resultado es igual: comportamiento primitivo y violento de parte de los jóvenes que resulta en horrendos asesinatos. Al fin el mundo civilizado de los adultos en la forma irónica de los militares salvan a los muchachos de sí mismos.
Personajes y cambios de conducta
        En Señor de las moscas cuatro personajes son centrales a la acción: Ralph, Piggy, Jack y Simón. Ralph es el elegido líder de un grupo de muchachos ingleses que sobreviven un aterrizaje en una deshabitada isla tropical. El desesperadamente trata de cumplir su responsabilidad y dirigir los esfuerzos del grupo para sobrevivir y eventualmente para su rescate. Le ayuda Piggy, un muchacho gordo y asmático que simboliza la lógica y el pensamiento racional en la novela. Los dos, Ralph y Piggy, se hallan débiles en contraste con Jack, el jefe de los niños de coro. Jack es arrogante, valeroso y envidioso de ser el líder del grupo entero. Acepta con dificultad la selección de Ralph, y Ralph astutamente le nombra su ayudante, dándole a él y a su grupo la responsabilidad de mantener el fuego de señales. Poco a poco decae la organización y se define el conflicto entre Ralph y Jack. Mientras el poder y la influencia de Jack crecen, él atrae a sí mismo a más y más jóvenes por miedo y por la animación de la caza. Las súplicas de Ralph por comportamiento responsable—es decir: guardar el fuego, construir cubiertos, obedecer las reglas—no tienen efecto. Al tener buen éxito en la caza, toda la actividad constructiva cesa. Olvidan el fuego, las inhibiciones desaparecen, y debajo de una máscara de pintura guerrera los muchachos se convierten en seres primitivos y salvajes. Lo que contribuye a esta transformación es el miedo de lo desconocido, la Bestia. Este miedo se ha extendido de ser un asunto de pesadilla a una realidad aceptada, aceptada por todos salvo Ralph, Piggy y Simón. Convencido de la existencia de la Bestia y, por eso, de su poder, Jack juzga que es apropiado que le ofrezcan una propiciación a la Bestia. Así coloca en un palo la cabeza de un cerdo sacrificado. Es esta cabeza que da origen al título, Señor de las moscas.
 Jack emplea este artificio para resguardarse del miedo de lo desconocido y al mismo tiempo fomentarlo. La ofrenda es en efecto un reconocimiento de la maldad; la Bestia tiene que ser apaciguado.
        El cuarto joven, Simón, es un visionario. Es él, muy temprano en la novela quien sugiere que la Bestia es tal vez "solamente nosotros." Cuando por fin todos ven la Bestia y huyen, es Simón quien se decide a investigar. Al subir la montaña se encuentra con la cabeza enjambrada de moscas, y en un estado hipnótico experimenta una conversación con la cabeza que corrobora sus sospechas:
        Cuando Simón llega a la cima, descubre que la Bestia no es más que el cadáver de un paracaidista y vuelve a decirles a los otros que no hay nada que temer. En la oscuridad el grupo toma a Simón por la Bestia y lo mata.
        Mientras aumenta el conflicto entre Jack y Ralph, Piggy también es matado por el grupo y cuando se termina la novela los muchachos están cazando a Ralph, la única voz de la razón y la única competencia que les queda. El es salvado de la muerte segura por la llegada de un crucero naval.
        En cuanto a los personajes de Duelo en el Paraíso, el protagonista es Abel Sorzano, chico de doce años y huérfano de padres muertos en la guerra civil. Es asi víctima de los tiempos y producto de un ambiente guerrero donde "los símbolos perdían su valor y no quedaba más que eso: el hombre, reducido a sus huesos y a su piel, sin nada extra- 624ño que lo valorizara."
 Abel viene a vivir en una finca decaída, irónicamente nombrada El Paraíso, con su medio loca tía abuela Estanislaa cuyos propios hijos murieron desde hace unos anos. Aquí Abel tiene contacto con los muchachos refugiados de una escuela cercana.  Los refugiados bajo su líder el Arquero, imitando las acciones de los adultos guerreros, finalmente ejecutan a Abel como traidor.
Abel es comparable a Piggy y Ralph en unos aspectos. Como Piggy, es huérfano y ha vivido con una tía. Y como Piggy es un ser desechado, nunca aceptado por el grupo total que lo destruye. Respecto a Ralph, es víctima de las circunstancias, traicionado por los muchachos que proponen su muerte.
Se pueden encontrar semejanzas también entre Abel y Simón. Los dos son víctimas de asesinatos brutales Simón en una orgía subhumana, Abel en un juicio burlado. Las dos muertes resultan de acciones bárbaras sin sentido.

Por otra parte, los antagonistas Jack y el Arquero demuestran que el poder de personalidad y fuerza gana sobre la inteligencia y la razón en el éxito de un líder. Los dos son agresivos y físicamente fuertes, y pueden imponer su voluntad, encargándose del grupo por miedo y fuerza brutal. Estas dos figuras autoritarias son últimamente arrogantes, amorales, sanguinarios y sin escrúpulos. Cada uno establece reglas que todos deben obedecer bajo la amenaza del castigo. Jack, deseoso de ser líder de una tribu, los disciplina como cazadores. El Arquero convierte a su grupo en un ejército de soldados con el fin de establecer una utopía, una ciudad de muchachos donde serían libres y no obedecerían jamás a nadie. Como en todos los casos del despotismo, la acción se emplea por sí, basándose en miedo, pasión, sangre y violencia. Es Jack que dirige en la eliminación de toda la competencia y es el Arquero mismo, después de acusar, juzgar, y condenar a Abel, el que lo ejecuta con una bala en la sien. Así es que la figura despótica tiene éxito y las fuerzas de la razón y la lógica quedan eliminadas en el proceso.